Sí, soy mujer y viajo
Esa es mi respuesta mental ante el comentario que cae de sus ojos. Comentario atónito, como si un extraterrestre hubiese aterrizado en el patio de su casa. Una mirada desorbitada, incapaz de compatibilizar verbo y sustantivo.
Viajo. En pareja, con amigas, sola, pero lo importante es que viajo. Y lo repito, cuantas veces haga falta. Porque, señoras y señores, este rubro también es para mujeres.
Pese a los malos augurios para el género femenino, la magia al andar sucede sin cesar. Descubrir el mundo siendo mujer es alucinante.
Las manos se extienden a cada paso. Como aquella vez en Cuba. El tren había anunciado su llegada a Santiago desde Santa Clara. Susana, mi compañía durante las dieciocho horas de viaje, junto a su yerno Fran, me invitaban a su casita en la periferia de la ciudad.
Al entrar en aquél pequeño y noble hogar me esperaban las pequeñas de la familia: Zuleimys y Alexa. “Zule” trasladaba sus pertenencias al sillón mientas me señalaba que su cama iba a ser mía durante esos días. Ante mi negativa de hurtarle su lugar, responde sonriente mientras limpia la litera de metro y medio: “para la visita lo mejor”.
Somos ilimitadas. No importa cómo se viaje, el mundo nos espera. Está listo para enseñarnos y, por qué no, aprender de nosotras. Como Ángel, un trabajador santanderiano.
Corrían las horas en aquella mañana colombiana. Junto a Vale, mi hermana, improvisábamos un desayuno bajo la única estación de servicio en kilómetros. La noche anterior, este mismo lugar ofició de hostel para estas dos mellizas cordobesas. Juntamos todos los petates y salimos a la ruta, en búsqueda de un pasaje que nos lleve hasta Bucaramanga, la capital del departamento de Santander.
En pocos minutos, el primer auto se detuvo ante el pulgar de Vale. Ángel y sus dos hijos se dirigían a San Gil, pasando por nuestro destino.
– ¿Qué hacen dos mujeres argentinas al lado de la ruta?- pregunta el mayor de los tres.
– Conociendo la bella Colombia mediante su gente. Y qué mejor manera que pidiendo aventones- respondemos sin pausa.
– Ah, ustedes están como la Canción del Loco- y procede a recitarla:
“Hay locos que nacen locos. Y hay locos, que locos son.
Y hay locos por la familia. Y hay locos por el amor
Y hay locos, que siendo locos, viven la vida mejor”.
El viaje continuó entre risas y, obviamente, anécdotas de locuras. Al llegar a destino nos despedimos de nuestros compañeros de ruta, felices y agradecidas. Ángel sonríe:
– Me inyectaron vida. Gracias- y desaparecieron detrás de una esquina.
No todo es color de rosas antes de salir de viaje. Una no es impermeable a las noticias de media mañana del programa de radio. ¿Podré? ¿Y si me quedo sin plata? ¿Y el idioma? Las preguntas y miedos ocuparían varias hojas si me pusiera a escribirlas, prefiero escribir las cosas que sí pasan.
Marzo 2019. Polonia. Autovía S7.
Gdansk, rezaba mi cartel. Parada a la salida de la capital polaca espero a mi conductor. Mientras acomodaba las mochilas a un costado de la ruta, un Renault Laguna se detuvo unos metros adelante. Al acercarme la barrera idiomática nos complicó la presentación. Él me señala el cartel y dice “me”(yo en inglés), entonces procedo a acomodarme en el asiento del acompañante.
Durante el viaje hacia el norte de Polonia, el señor de unos cincuenta y tantos años no se daba por vencido para entablar una conversación. Ante el obstáculo idiomático, comencé a sentir cierta incomodidad ante su pregunta si viajaba sola.
Mi cabeza empezó a rodar una película digna de Hollywood. Mi fallado interlocutor me interrumpe, estábamos por frenar en una estación de servicio. Mi cara debe haber denotado el pánico de mi imaginación. Nos bajamos del auto-
– Coffee – me dice y se me acerca a centímetros.
Creo que el corazón se me detuvo por un instante. Mientras me señalaba el baño me colgó las llaves del auto en el cuello. A señas, que entendí minutos más tardes, me quería decir que confiara en él, que no se iba a ir sin mí, que vaya tranquila al baño. Cuando salí ahí estaba él junto a dos café calientes, perfectos para el frío de aquella mañana. Me preguntó si tenía hambre, falsamente le digo que no y como una abuela, con mirada pícara, trae su mano escondida en su espalda.
– For you – y me entrega una lata de maní y una porción de torta. Mi estómago lo agradeció con creces.
Llegamos a Gandsk y me depositó en la terminal de ómnibus. Tras una sonrisa, nos tomamos algunas selfies delante del Laguna Azul. Me despidió con un beso en la frente y desapareció por la avenida.
Voy hacer sincera. En este artículo iba a leer un extenso descargo. “Quejas” de lo diferente que puede llegar a ser una situación según el punto de vista- género- con que se viaje. Advertencias y acotaciones ante la decisión de conocer el mundo.
Me pregunté para qué. Mejor escribo con alegría, como lo es viajar.
Si sos mujer y querés viajar, anímate. El mundo está ahí, esperando por vos. Y si te cruzas a una ya en camino, dale una palmada en la espalda y evitá comentarios amarillistas «Cuidate, el mundo es peligroso». «No viajes sola». «¿Una mujer en ese lugar? Imposible».
Debo informar que a la vuelta de mi casa, lamentablemente, también pasan cosas y no por ellos dejo de ir a comprar el pan a la esquina. Ni pienso dejar de hacerlo.
Trackbacks y pingbacks
[…] Acá te dejo algo que escribí sobre el tema y acá un texto sobre Viajar y ser mujer […]
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!