“¿Cómo llegaste a viajar así?” COMIENZOS DE ESTA VIDA NÓMADA
Si hablamos sobre viajes seguramente empiece a evangelizar sobre el autostop. Pero ni los viajes fueron de nacimiento, ni el andar a dedo fue de un día para el otro. Hubo varios kilómetros de dudas y temores que desandar.
Ordenando las cartas sobre la mesa, son tres los hechos que fueron forjando este sano vicio. Aunque diría que aún estoy en ese comienzo. Un proceso infinito, donde pruebo llevarme a situaciones fuera de lo común, dilucidando que sí y que no, superando miedos, cambiando, siempre cambiando.
La ambición de aprender del mundo a través de mis ojos empezó a gestarse cuando tenía diecinueve años. Dos amigas estaban tramando ir al entonces Distrito Federal de México, a probar suerte. Yo, que había empezado Martillero y Corredor Público, después de haber desistido de Abogacía, con resquemos de esa crisis aún presentes, me anoté casi instantáneamente al plan.
No sabía cómo buscar un trabajo, nunca lo había hecho, y mucho menos moverme en una ciudad de dimensiones exorbitantes. Pero ahí estaba, planeando ir a vivir tres meses a una de las capitales más grandes del mundo. ¿La pensé así? No. Y agradezco haber desconocido ese dato, seguramente me hubiese abrumado y abandonado todo.
La noche que el avión sobrevoló el DF en dirección a Argentina, con lágrimas en los ojos, dimensioné dónde había estado moviéndome durante noventa días, me vi capaz. Caí en la cuenta que había un mundo fuera de mi casa, de mi ciudad, me reveló vidas lejanas a la mía. Lo que había leído en libros, visto en películas, era palpable. No sabía cómo, pero lo quería descubrir. Lo iba a descubrir.
Terminé la carrera y me anoté en otra, Publicidad. Un terciario, en mi caducada concepción de “ser alguien en la sociedad”, no era suficiente. Necesitaba otro papel que avale mi capacidad. Publicidad, además que me interesaba, me daba la excusa perfecta de un título que podía usar fuera de mi país.
Los años pasaron. Me dejaba llevar por la rutina, estudio, algunos trabajos temporarios, el vóley- mi gran pasión-. Las hojas del calendario corrían sin mucho sobresalto, pero la auto-promesa seguía revoloteándome en la cabeza.
En 2015 un viaje por el noroeste de Brasil me enseñó que podía unir diferentes pueblos, moverme entre ellos, caminar el mapa, mi mapa.
Era un hecho, una vez presentada la tesis y convertida en publicista, iba a salir al mundo. Libre, sin obligaciones que reprocharan un pronto regreso, todo iba a depender de mi.
– Tres meses y vuelvo – dije a mi familia y amigos al despedirme.
El croquis era ir a Lima, trabajar un mes y los otros dos cruzar a Ecuador para terminar en el caribe colombiano. Cuando los tres meses se cumplieron yo estaba en una recóndita aldea a la vera del Río Amazonas. El mapa y la cabeza se habían desbloqueado, y una vez que sucede no hay vuelta atrás.
Sin saberlo, ya mi equipaje evidenciaba la versatilidad que se avecinaba, un bolso con rueditas intervenido para ser utilizado como mochila. En Ecuador me había unido a dos cordobeses, ellos venían recorriendo Sudamérica a dedo. Cuando escuché su periplo algo resonó adentro mío. Empezamos a viajar juntos, desafiando los augurios que es imposible que frenen al pulgar siendo más de dos.
Dos tramos bastaron para que me enamore del autostop. Y un día me animé sola. ¿Tenía miedo? Seguro que sí, pero los pro eran muchos más que los peros. Estaba tan cerca de la próxima aventura, de la siguiente ciudad, del país vecino, que diría que nunca fui consciente de los dos años que duró ese viaje. Culminó cuando no hubo más mapa que permitiera avanzar, el Océano Ártico fue la bandera de llegada.
Adopté el autostop como mi herramienta predilecta, no solo para viajar, también para desenmarañar historias, desmitificar prejuicios. Los kilómetros me sopapearon con humanidad, con hospitalidad que no entiende de fronteras. Me marcaron las diferencias pero también las similitudes, que cuando cae el sol nos deja a todos como lo que somos, simples mortales viviendo la vida.
Hoy, once años después, lo que me diferencia de aquella chica de 19 años son algunos sellos en el pasaporte. ¿Si sigo dudando, teniendo miedo ante algunas decisiones? Sí, pero esos sellos me dicen de lo que fui capaz y sé que en mi casa, diferenciando los motivos, también los tendría.
No hay una única forma de viajar, ni cómo llegar a. Esta solo es parte de mi historia.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!